Diego Pastrana era puesto ayer en libertad sin cargos después de haber sido imputado como supuesto violador y asesino de su hijastra Aitana de tan sólo tres años. “Me han tratado peor que a un terrorista. En todos los medios de comunicación y en todos los lados” relataba el joven de 25 años una vez demostrada su inocencia. Estas palabras vienen a dejar una vez más al aire libre las miserias de los media.
Y es que ojalá pudiera decirse que el de Diego Pastrana es un caso aislado, donde un hombre es acusado falsamente por todo el periodismo de este país, arruinando su vida y su reputación. Ahí están los casos de Dolores Vázquez, condenada por un jurado popular influenciado por la marea mediática que siguió el caso de Rocío Wanninkhof, o los trece años de prisión a Rafael Ricardi por las supuestas violaciones a dos mujeres que nunca cometió.
El único y verdadero delito que se cometió en estos casos fue el asesinato de la ética periodística, porque, ¿qué rigor profesional hay en un cámara que incita a una mujer a que le grite “asesino” a Diego Pastrana? ¿Cómo se puede devolver la dignidad, el honor arrebatado a alguien tildado públicamente y en todos los medios de “violador”?
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